Sigo estupefacta y conmocionada a la par que maravillada y encantada.
A riesgo de resultar repetitiva y cansina, no puedo dejar de decir una vez más lo feliz que me hace sentirte tan cerca y en sintonía. La alegría que me invade cada vez que me permites navegar por esos ojos castaños, que callan tanto como cuentan, a quien se tome un instante para perderse en ellos. El placer sosegado de disfrutar de tu tacto, buscando siempre cualquier mínima porción de mi piel. La tranquilidad que me inspira sumergirme entre tus brazos, buscando el tamborileo de tu corazón. La sorpresa al notar la estupenda capacidad que tienes para adaptarte a mi postura y enredarte en mis piernas, cada vez que nos permitimos recostarnos. La diversión y orgullo de poder resolver tus dudas de juego. La confianza que me suscita escucharte compartir todo lo que te afecta y enoja.
Nunca he creído en la fortuna, creo que cada uno hace posible que las cosas sucedan. Sin embargo no puedo evitar pensar en la casualidad de encontrarte en mi camino.
Me gustas, pero lo que más disfruto es cómo me siento y quién soy caminando a tu lado. Me asombro a mi misma sintiendo una seguridad desconocida, de repente no busco ni espero aprobación, tampoco es algo que me preocupara en exceso, pero siempre he sentido la necesidad de encajar y adaptarme para hacerlo. Pero ahora todo eso me parece innecesario y fatuo, incluso hipócrita.
Hace apenas 100 días que te conozco y mi sensación es como si hubieras estado siempre, como si conocieras perfectamente cada paso que he dado, cada resbalón y cada tropiezo. Siento que no puedo mentir ni ocultar nada sin que te percates, además no quiero. Alguna vez te he dicho que te siento hogar, con todo lo que ello conlleva.
Últimamente he recordado una "antigua" novela con la que aprendí a entender las relaciones interpersonales. La saga se llama Hijos de la Tierra, y cayó en mis manos en un momento incierto de mi primera juventud. No puedo evitar comparar "esto nuestro" con algunos de los pasajes de 《Jondalar y Ayla》. No siempre es todo perfecto, yo soy un magnífico caos, y muchas veces me surgen dudas, al fin y al cabo no estoy acostumbrada a que nadie me busque, siempre me he tenido que ganar los afectos a base de esfuerzo, paciencia y dedicación. Pero desde que te cruzaste y te hiciste ver, todo lo aprendido me parece ridículo e inútil, tú haces que todo sea sencillo, natural, cómodo...
En 2 meses hemos logrado (para mí) un nivel de compenetración y confianza que jamás había alcanzado con nadie y que con los que podría intentar comparar, he necesitado varios lustros. Y no, no espero que sientas lo que yo, ni parecido; pero sé (a pesar de los momentos de dudas y paranoias) que también te pasan cosas, que de alguna forma que no entiendo y se escapa a mi control, has encontrado cierta seguridad y confianza en mí, que me llena de satisfacción y orgullo.
Te amo, desde el primer instante que reparé en tu existencia. Lo supe la primera vez que te vi fuera de nuestro círculo común, en cuanto tus ojos se clavaron en mi, y no fui capaz de mantener la mirada. Cuando cualquier mínimo roce provocaba un fuerte escalofrío que recorría mi anatomía desde el centro hasta cada extremidad, dejando a su paso todos los vellos de mi cuerpo erizados.
Recuerdo con ternura y cierto entusiasmo algunos instantes del principio. Cómo, a base de infinitas conversaciones distendidas y sin intención, se iban cuajando a fuego lento las sensaciones más profundas y los deseos más ocultos. Cómo, de repente, dejaba de verte como una compañera más, para sentir la necesidad de tenerte cerca y no sólo en el terreno de juego. Cómo empecé a esquivar tus ojos por miedo a que los míos no supieran guardar todos los secretos que albergaban. Recuerdo la incontrolable y violenta reacción de mi cuerpo cada vez que entrábamos en discreto contacto. El cosquilleo en la nuca cada vez que te ofrecía el brazo para asirte. El histérico golpeteo de un corazón desbocado cada vez que asumía que te iba a volver a ver (que aún hoy no puedo dominar).
No tengo ni idea de dónde lleva este camino que hemos decidido tomar, no sé qué metas hay que alcanzar, y por una vez no me importa en absoluto. Pero tengo claro que la verdadera recompensa es recorrerlo contigo.
Por todo eso, y mucho más que no sé dibujar con palabras, te agradezco cada instante de estos últimos 62 días. Cada insinuación de los 38 días anteriores, cada comentario inocente, cada gesto discreto, cada momento paciente. Te agradezco que no te escondieras, que no me evadieras y me privaras de la maravillosa oportunidad de conocerte. Agradezco la sinceridad y claridad con la que te has enfrentado siempre a mi.
Recuerdo con ternura y cierto entusiasmo algunos instantes del principio. Cómo, a base de infinitas conversaciones distendidas y sin intención, se iban cuajando a fuego lento las sensaciones más profundas y los deseos más ocultos. Cómo, de repente, dejaba de verte como una compañera más, para sentir la necesidad de tenerte cerca y no sólo en el terreno de juego. Cómo empecé a esquivar tus ojos por miedo a que los míos no supieran guardar todos los secretos que albergaban. Recuerdo la incontrolable y violenta reacción de mi cuerpo cada vez que entrábamos en discreto contacto. El cosquilleo en la nuca cada vez que te ofrecía el brazo para asirte. El histérico golpeteo de un corazón desbocado cada vez que asumía que te iba a volver a ver (que aún hoy no puedo dominar).
No tengo ni idea de dónde lleva este camino que hemos decidido tomar, no sé qué metas hay que alcanzar, y por una vez no me importa en absoluto. Pero tengo claro que la verdadera recompensa es recorrerlo contigo.
Por todo eso, y mucho más que no sé dibujar con palabras, te agradezco cada instante de estos últimos 62 días. Cada insinuación de los 38 días anteriores, cada comentario inocente, cada gesto discreto, cada momento paciente. Te agradezco que no te escondieras, que no me evadieras y me privaras de la maravillosa oportunidad de conocerte. Agradezco la sinceridad y claridad con la que te has enfrentado siempre a mi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario