La vida tiene sorpresas maravillosas reservadas para quienes son suficientemente valientes como para atreverse a acogerlas, vivirlas y disfrutarlas.
Aún no hace un mes desde que permití que mis pasiones vencieran, una vez más, a mis códigos conscientes; y no recuerdo haberme sentido nunca tan liberada, tan realizada y tan feliz.
La experiencia me obliga a pensar que es una situación pasajera; que tal como llegó a mi vida, antes o después, se fugará. Pero antes de que se esfume, pienso disfrutar cada instante de este regalo como si fuera el último. Experiencias pasadas, también me enseñaron que las oportunidades no se presentan infinitamente, así pues, hay que atraparlas al vuelo y disfrutarlas mientras sea posible.
Desde que llegó, despertó en mi una incontrolable curiosidad, dejando pequeñas pistas de su cotidianidad y de su perfil, todo envuelto en un halo de ligero misterio que consiguió captar mi atención. Los días pasaban ligeros, los minutos, fugaces tras los entrenamientos, intentábamos llenarlos de teoría, leyes, táctica, dinámica de juego... pero de alguna manera también se llenaban de miradas cómplices, de comentarios inofensivos cargados de intención y de una familiar sensación de confianza que nunca había sentido con desconocidos...
Antes de poder asimilar lo que estaba ocurriendo, mi instinto se encargó de sacudirme y abofetearme varias veces para hacerme despertar del asombro en el que me había anclado. Apenas hacía un mes que había aparecido en mi camino, pero me pasaban cosas tan fuertes que no podía ignorarlas. Intenté apartar esos instintos dejando espacio suficiente sin que resultara excesivamente llamativo, pero realmente no quería alejarme. Esperaba atenta cada tarde sus mensajes con dudas de juego, de reglamento, de equipamiento... aguantaba cada noche hasta entrada la madrugada hablando de rugby y de la vida.
De repente me descubrí contándole a alguien que no conocía de nada todo lo que me duele, lo que me asusta, lo que añoro... Le había presentado casi todos mis fantasmas a "Nadie". En apenas veinticinco días había conseguido desarmarme por completo, sin querer, sin intención, sin pretensiones...
Cuando algo así le pasa a alguien como yo, no puedes ignorarlo y seguir viviendo. Por muy joviales y divertidos que nos mostremos, no es más que la máscara de payaso tras la que escondemos el dolor de las heridas infectadas que nunca cicatrizan, de los quistes que no terminan nunca de reventar, y de las cicatrices que nos atormentan a diario recordándonos los errores del camino. Sin embargo, por una vez, había vomitado todo el dolor sin que nadie se interesara, simplemente lo dejé salir sin pensar en si el interlocutor estaba interesado o era digno de conocer mis debilidades. Simplemente fluyó... y me dejé fluir.
Las normas aceptadas me habían convencido de que hay que constreñirse para encajar en el modelo. A mí, que me he pasado toda la vida luchando contra etiquetas, estereotipos, normas sociales... defendiendo radicalmente que la única norma lógica para la convivencia es el respeto. Yo había caído en las redes de "la normalidad" y estandarización.
Una noche cualquiera, no pude sujetar más la necesidad de hundirme en su cuello a descubrir su olor, a probar la suavidad de su piel y a descubrir la urgencia de sus labios. "El Salem Rock" fue cómplice, una vez más, de mis aventuras. Siempre discreto, siempre acogedor, siempre dispuesto. A partir de ese momento no he sabido desembarazarme de la necesidad de fundirnos en un abrazo, de sumergirme en la profundidad de sus ojos castaños, de enlazar nuestras manos, de acariciar cada milímetro de su piel y besar cada rincón de su existencia.
Cuando está conmigo siento la seguridad, tranquilidad y confianza del hogar. Cuando no está, el recuerdo: de su olor, de la firmeza de sus abrazos y de la determinación de sus besos; inunda mi imaginación y mis sensaciones obligándome a sonreír abiertamente.
Me encanta esa manera que tiene de pasar instantáneamente de una conversación profunda y trascendental a las leyes de la World Rugby; de un momento tranquilo contra mi hombro, a la mayor urgencia pasional; de una charla distendida y vacua, a la concentración absoluta en un tema que le interesa...
No puedo explicar cómo, ni por qué, pero en menos semanas de las que se pueden contar con una mano, y con no demasiado tiempo de encuentro, ha ido ocupando mi órbita convirtiéndose en un satélite principal. Sigo conmocionada con la rapidez y violencia con la que ha ocurrido y sin embargo no puedo negar la alegría de haber sabido cazar la oportunidad. Puede que desemboque en desastre, o no. Puede que sea algo efímero, pasajero y anecdótico, o no. Puede, que como en las películas malas, mañana despierte y todo haya sido un sueño, o no. Lo que está claro es que sea como fuere, voy a vivirlo y disfrutarlo mientras pueda, porque por una vez no lo he provocado, me ha llegado y quiero descubrir todo lo que guarda.
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