Mañana vamos de cumple y ¡oh!, casualidad, es nuestro no aniversario, sí, lo siento, me acuerdo y sé que debería omitir aquellos días de mi memoria, pero no quiero porque fueron los días más entrañables y sinceros de mi vida. Sé que debería dejarte marchar, podría mentir diciendo que me he rehecho, que todo pasó, que estoy bien, que "el imbécil" y yo estamos genial, que no es un parche más... Pero no, lo nuestro es la mayor farsa de la que he sido testigo jamás. Nunca lo amé, ni lo desee como a ti, a pesar de que el tiempo ha hecho costumbre de lo nuestro y ya se sabe que "el roce hace el cariño".
Mañana nos vemos como aquel primer día, los mismos motivos nos unen, la misma excusa pero en circunstancias diametralmente opuestas. Esta vez sé que aunque siga soñando contigo, tú no pierdes ni un segundo conmigo. Me he empeñado en creer que todo está bien, que las heridas han curado, que he aprendido a no desearte, que no me importa que sigas adelante. Pero todo es mentira, te echo de menos, extraño tus labios carmín, tus ojos fijos en los míos antes de regalarme la sensualidad y dulzura de tus besos, tus manos jugueteando con mis dedos, el rubor de tus mejillas, el calor de tus orejas, tus caricias y perder el tiempo compartiendo anécdotas, discutiendo y paseando por este nuestro Madrid más discreto y sencillo.
Me llegan rumores de que has vencido a la soledad, que ya tienes con quien perder el tiempo, a quien asirte durante los largos paseos, con quien ir al teatro, con quien reír, con quien disfrutar de nuevas primeras veces. Y aunque haya vuelto a poner mi mejor cara otra vez, sólo quiero llorar por la oportunidad perdida, gritar desesperadamente por la frustración del fracaso. Sin embargo estoy en clase, haciendo escritura libre en la última página del cuaderno, como cuando era adolescente porque es la única manera que conozco de librarme ligeramente del dolor.
Un puñal gélido me ha atravesado de nuevo cuando he entendido las palabras de Asmodeo. Al principio, sin reparar en ello, no sentí nada; pero a medida que sus palabras se repetían en bucle en mi cabeza: "¡oye!, igual viene con compañía, para que no te pille de sorpresa..." Bueno, estás en tu derecho, ¿no? Tiene que darme igual. No puedo pasar la vida guardando luto de algo que nunca llegó a nacer, por muy real que fuera para mi.
Definitivamente me he vuelto majara del todo. Me sorprendo de mis propias reacciones, definitivamente no me conozco. Me asusto, me doy miedo, quiero dejar de sentir el dolor frío de su ausencia y me imagino llenando ese vacío de vacuidad y vulgaridad. Me asusta negarme a enfrentar el dolor, llevo demasiado tiempo en negación, es tiempo ya para la aceptación y continuar el camino.
La teoría la conozco, pero en la aplicación suspendo siempre. Llegado el momento descubro que duele más si cabe. A veces la terapia de choque es el punto de inflexión que nos hace despertar del letargo en el que te sumes cuando la fase de negación se alarga sin control.
Asumir la pérdida siempre ha sido mi punto débil. Tanta energía invertida en crear vínculos para que de la noche a la mañana simplemente se esfumen. Otros llegarán y llenarán el vacío dicen, y la experiencia me demuestra una y otra vez que la ausencia del que se ha ido nunca se ocupa. Tal vez se mitigue el impacto del hueco, pero nunca desaparece.
En días como estos extraño sus palmaditas en la espalda, sus sarcásticas alabanzas, su maldita extraña forma de hacerme sentir valiente, capaz, importante. Pero es hora de dejar de vivir del recuerdo que no volverá, de momentos fugados en la historia que en las profundidades de la psique deben reposar.