martes, 23 de febrero de 2016

De nuevo, Asmodeo

Cada día está repleto de momentos fugaces que evocan una melodía, un himno, una canción, un poema...
Cada día entre una docena y cien sucesiones rítmicas de sonidos armónicos ambientan el camino. A veces son tan anecdóticas que las recordamos siempre, otras, sin embargo, fluyen libremente y tal cual llegaron se van...
Todos los momentos de mi vida tienen música, salvo los que tienen que ver con mi pequeña encarnación de Asmodeo. Allí no hay melodía ni armonía, solo una estruendosa sucesión de percusiones que me hacen caer en un obscuro trance donde mis pasiones más bajas se apoderan de mi conciencia. A veces me asusta la facilidad con que anula mi juicio. Me ofusca mi fragilidad. Quiero fortalecer mi espíritu y me aferro a la esperanza y mis convicciones, sin embargo no son suficiente para luchar contra los deseos que me inspira.
El reencuentro no tuvo nada que ver con lo previsto, de hecho no esperaba que hubiera un reencuentro y menos un día tan significativo, tal vez eso propiciara el ambiente amable y de comprensión. Pero también hizo que bajara la guardia y viejas sensaciones que consideraba enterradas volvieron a hacer mella en un espíritu descerrajado.
Cientos de imágenes de los mejores momentos pasaron por mi mente como un caleidoscopio, pero había una recurrente en la que no éramos protagonistas.
De repente volvían a mi, tanto las mejores sensaciones, como las más dolorosas, cada encuentro, cada instante, cada ocasión desperdiciada... Ya había pasado tiempo suficiente, las heridas habían cicatrizado, pero no podía apartar aquella pesadumbre nostálgica de mi. Mi instinto me empujaba a volver a intentarlo, aún a sabiendas de que aquel camino estaba cortado.
Su presencia me insta a vivir, arriesgar, apostar... Y esta vez todos mis receptores estaban alterados recibiendo señales favorables, aunque en el fondo creo que simplemente no soy la única que siente y sufre su poder. Cuando entra en escena, todo su alrededor recibe un halo rojo fuego, y sólo los más fuertes consiguen mantener el tipo.
Añoraba tanto esa sensación de poder, de egoísmo, de superioridad, de narcisismo... Echaba de menos a mi Asmodeo particular, un guiño, una sonrisa, un envite, confianza extrema sin sentido ni razón. Un extraño refuerzo de autoestima que me devuelve la fe en mis aptitudes, la soberbia necesaria, la lujuria, la gula sin pereza, ira ni envidia o avaricia. El lado oscuro que complementa la luz, la guerra necesaria para ansiar una paz, el vacío que se hace hueco entre la materia.

lunes, 8 de febrero de 2016

La fortuna de las relaciones interpersonales.

A veces no me doy cuenta de lo afortunada que he sido una y otra vez con las personas que se han ido cruzando en mi camino y se han quedado a compartirlo... Se dice pronto y fácil, pero no todo el mundo tiene la suerte de poder conservar relaciones de décadas, cuanto menos de las primeras décadas de vida.
Poder afirmar que tengo "amigos de toda la vida", y que sea literalmente cierto que son una pequeña pluralidad, es un privilegio al alcance de muy pocos. Por eso, a lo largo de mi vida he incurrido en el error de pensar que era sencillo lograr la confianza que cimenta ese tipo de relaciones. Ahora 25, 15, 7 años después sólo recordamos que siempre nos llevamos bien, pero no recordamos los detalles del camino que recorrimos para inspirar en el otro y en nosotros mismos esa fe que lleva al éxito de las relaciones.
Me doy cuenta que las personas cada vez son más desconfiadas, más celosas de lo suyo y "los suyos". Cada vez más egoístas, ya nadie antepone la felicidad del hermano en detrimento de la propia, la generosidad ha muerto, sin hablar de la desconfianza que lleva a algunos a una continua posición defensiva.
Los cumplidores del Undécimo Mandamiento sin temor ni reticencias han desaparecido, pero no podemos culparlos. La envidia, la soberbia y un injustificado sentimiento de inferioridad ha minado la personalidad de nuestros jóvenes hasta hacerlos tan dependientes de la imagen y el qué dirán que prefieren unirse a quien da bien en la foto, que a quienes les despiertan curiosidad e inquietudes.
Yo también me equivoqué con algunas personas, pequé de confiada, tal vez, pero no me arrepiento y volvería a hacerlo una y otra vez... Prefiero haber tenido el corazón roto y que alguien se ocupara de volver a recomponerlo que tener uno impenetrable y solitario, amargo... Una y mil veces volvería a los requiebros y zalamerías que aparentemente molestan a algunos. No lo siento, me niego a cambiar, me resisto a ser un ente impersonal más. Me opongo brutalmente a sospechar de cada sonrisa que me dedican, me resisto a considerar a los demás enemigos u oponentes, antagonistas en esta historia que acaba de empezar.
No, no pienso en cambiar el mundo, me bastaría con cambiar sólo mi entorno, que todos los que se crucen por mi vereda sean capaces de sonreír, confiar y amar como yo o como aquel loco llamado Jesucristo esperaba. Y no, no he dicho querer, he dicho AMAR porque hay una diferencia fundamental que se da por hecho pero que empiezo a dudar que todo el mundo la reconozca.
El querer lleva implícito el deseo de posesión, como se quiere un coche, una casa... No me refiero a eso, yo hablo de la satisfacción de ver cómo el otro consigue sus metas, el gozo de saberlo feliz y dichoso, la alegría de compartir aunque sea el dolor de una pérdida o una enfermedad. Me refiero a ese sentimiento que hace que las distancias no existan, ni el tiempo, sólo dos partes de un todo, algo que poco o nada tiene que ver con las necesidades de la carne. Algo demasiado perfecto para que nuestra limitada psique comprenda.

AMAR http://dle.rae.es/?id=2E4Cede
AMOR http://dle.rae.es/?id=2PGmlay
QUERER http://dle.rae.es/?id=UnvXEIb