sábado, 14 de octubre de 2017

La clarividencia de la experiencia

Sigo buscando el momento perfecto para decirte todo lo que mis sonrisas callan, lo que mis suspiros ocultan y lo que mis lágrimas anhelan.
El momento en que la vida no nos supere, en que todo esté en equilibrio, en que podamos parar un segundo a pensar qué queremos cada uno, qué esperamos y qué significa esta aventura compartida.
Nos propusimos dejar que pasaran cosas, sin etiquetas, sin promesas ni esperanzas, pero el juego se me está complicando y ninguno nos merecemos más penas ni heridas.
No me importa aprender a cocinar, para ti, como lo haga tu madre, no me importa ordenar tu imposible trastero ni planchar, no me importa hacer limpieza 3 veces por semana, ni soportar la leve conjuntivitis que me provocan tus gatos; si todo eso se va a traducir en que todas las semanas me regales un pedacito de tu tiempo.
No puedo evitar tocarte cuando te tengo cerca, no puedo evitar desearte, no puedo evitar soñar con esa realidad alternativa en que todo esto es verdad. Que tú y yo simplemente seamos nosotros. Que queramos lo mismo, que esperemos lo mismo y que por fin nos conozcamos. Que distinga la preocupación y la pena en las arrugas de tu ceño, que sea capaz de dibujarte una sonrisa cuando todo parezca ponerse en contra.
Que no te importe mi sarcasmo como a mi me divierte el tuyo. Que aprenda cómo te gusta el café de la mañana y cual es tu plato favorito. Que sepa exactamente lo que necesitas cuando esquivas mis ojos para que no pueda leer en los tuyos.
Quiero ser para ti, quiero que confíes, creas y sientas si quiera una mínima parte de lo que lo hago yo. Quiero que te relajes, que dejes de luchar contra ti mismo, porque eso siempre es una batalla perdida.
Quiero que decidas lo que quieres y no te dejes vencer. Quiero ser tan complaciente como complacida. Quiero despertar a tu lado, quiero que tu aroma y tu tacto nunca se me olviden, quiero besar tus párpados para despertarte, quiero sentir la tranquilidad de tu aliento en mi cuello al acostarme. Quiero que quieras ser tan mío como yo quiero entregarme. 
En definitiva, quiero que esta última época sea verdad.
Quiero mi premio gordo, con todos sus extras, con sus fantasmas y sus gansadas, con su estrés diario y sus libranzas locas, con sus amigos, sus deberes y sus apetitos. Te quiero, pero lo quiero todo, las malas caras, los días insufribles, los compromisos ineludibles, las noches en vela, los días de sueño, los silencios vacíos, las semanas en blanco. Quiero compartir ducha, desayuno y tribulaciones. Quiero hacerte la cama y que la deshagamos juntos. Quiero sentir tu calor, tu tacto y tu aroma a diario. Quiero quererte como mereces, mimarte, cuidarte y amarte siempre que me lo permitas. Lo quiero todo y ya no quiero conformarme con menos.
Tengo claro en qué dirección quiero remar, pero necesito que estemos de acuerdo para continuar travesía o lanzarme a redescubrir el océano.

domingo, 12 de febrero de 2017

Siempre con la puerta entreabierta

La semana se cerró con una controvertida y sorprendente noticia, aunque bien pensado, si yo he interpretado distintos papeles en más de una ocasión, por qué no iban a poder los demás.
El tema es que la persona más introvertida y aparentemente impenetrable que he conocido confesaba que como antaño, le han vuelto a romper el corazón.
A todos nos han  minado la moral y las ganas de volver a intentarlo alguna que otra vez. A algunos adictos a la novedad, riesgo y retos, nos sucede mucho más a menudo de lo que nos gustaría admitir. Tal vez por eso empieza a perder la importancia que realmente tiene, te acostumbras a la decepción y la normalizas. Duele, claro que duele, pero el refranero nos deja perlas como "un clavo saca otro clavo" o "La mancha de mora con una verde se marcha".
Sin embargo para quien no está acostumbrado al juego puede llegar a ser fatal, sumiéndolo en una profunda tristeza capaz de desarrollar los más virulentos y devastadores síntomas psicosomáticos, como urticarias, trastornos digestivos, úlceras... Por tanto hay que aprender a canalizar el dolor. Encontrar o crear un aliviadero para el torrente de sensaciones y sentimientos que supone una decepción del corazón, tanto más para aquellos sujetos harto concienzudos y cerebrales, es fundamental para la recomposición y la correcta evolución del duelo.
Algunos se sumergen de lleno en el deporte, otros en los videojuegos creando una realidad paralela, otros en los amigos, el trabajo... Cualquier excusa es buena para focalizar nuestros esfuerzos en nosotros mismos y empezar a olvidar la fuente de angustia.
Hace un año por estas fechas escribía sobre la diferencia entre 'QUERER' y 'AMAR'. No en vano traigo aquella reflexión, porque si bien querer, aunque a veces se confunda, implica posesión; amar es algo mucho más poderoso e impide esa decepción tras el rechazo, pues al fin y al cabo tu deseo máximo es el bien ajeno.
No podemos evitar tener ciertos sentimientos egoístas respecto a aquellos que queremos incluso por los que amamos, sin embargo si nos empeñamos en amar de veras a quienes quisimos, el duelo se hace mucho más llevadero y fugaz puesto que llegamos a entender que su dicha está íntimamente unida a su libre albedrío y atándolos nunca conseguiríamos su verdadera felicidad.
Así pues, debemos dejar de intentar poseer y pasar a entregarnos, para conseguir que tanto nos como los de nuestro alrededor disfruten de un tránsito mucho más liviano y feliz por este sinuoso e inhóspito (a veces) camino al que solemos llamar vida.
Aunque parezca el fin del mundo no lo es, el dolor es inevitable, el sufrimiento es una decisión. He oído y leído mucho últimamente sobre el tema y he llegado a la conclusión de que la felicidad también es una decisión propia. No siempre estaremos contentos en cuanto que no podemos controlarlo todo, pero sí podemos tomar la firme decisión de ser felices.
Así pues está bien liberarse de las máscaras que ocultan la realidad de las cosas, está bien descerrajar nuestros más ocultos y oscuros candados para compartirnos con el mundo, porque nunca sabremos qué encontraremos tras qué giro del camino. El Humano es social, ninguno puede sobrevivir solo y apartado por mucho que se empeñe, siempre hay alguien detrás, por insignificante que parezca, respaldándolo.
Ninguno somos islas, ninguno posee todo el conocimiento, ninguno es autosuficiente, todos somos, de un modo u otro, vulnerables a millones de agentes externos de los que sólo otros pueden mantenernos a salvo.
No podemos encerrarnos y apartarnos del mundo por una simple decepción. El mundo es enorme y nos ofrece un sin fin de combinaciones, sólo hay que ser paciente y estar atento para encontrar la que encaja perfectamente con nuestra suma, sin miedos, sin prejuicios, sin rencores pero sobre todo sin complejos.