viernes, 7 de agosto de 2015

El clavo que sacó otro clavo y se clavó en lo más profundo.

Una vez más el calor me hace divagar sobre lo que podría haber sido si tú y yo hubiésemos querido.
Ya va haciendo tiempo que nos presentaron y aunque tú no repararas en mi presencia, yo desarrollé una inmensa curiosidad por tu persona. ¿Por qué?, nunca lo sabré, el caso es que a medida que te iba conociendo, más te parecías al príncipe azul que soñaba cuando era una infante.
Cervezas después del trabajo con los compañeros (a las que me apuntaba sin pensármelo cuando mis amigos, tus colegas, me avisaban), visitas en el local de ensayo más o menos colocados, alguna Noche Vieja en la que casualmente pasabas por la casa en la que andábamos reunidos y el Bar, sobretodo el Bar.
SENPAI dejó una honda huella en la mayoría de los muchachos del barrio, pero sobretodo en mi. Allí tuve la oportunidad de encontrarme y reencontrarme con lo mejor que he tenido hasta ahora... Amigos, colegas, confidentes, personajes, anécdotas y sobretodo tú (aunque te vendías muy caro).
Con la barra como frontera fuiste mimando y curando un corazón hecho jirones que había perdido la fe en la humanidad y cualquier buen sentimiento inspirado en ella. A media distancia entre la chanza y la curiosidad suscitada tiempo antes surgían ideas y planes locos. Así, poco a poco no sólo reconstruiste lo que estaba arruinado si no que además me devolviste la fe y las ganas de seguir intentándolo. A mi, sin embargo, me costó bastante entender que tú también estabas cerrado por derribo, se te veía tan jovial tras la barra, tan cómodo... Mas era sólo una fachada bien mantenida a lo largo del tiempo, al fin y al cabo, aunque fuera un pasatiempo, era trabajo, era tu inversión, tu proyecto.
La pesadumbre desapareció de mi ser y la curiosidad fue tornándose interés, me propuse ser para ti el amigo que tú habías sido para mi, siempre atento, siempre amable y dispuesto a escuchar o simplemente a hacer notar que la soledad no siempre es tal, sino que nos empeñamos en aislarnos. No me lo pusiste fácil, de hecho sigues siendo un inmenso enigma, pero de pronto, o tal vez no fuera tan súbitamente, la atracción me sobrevino como un insaciable huracán que toma para sí todo cuanto encuentra a su paso. Sin reparar en cómo, cuándo o por qué, empezaron a despertarse en mi humores y sensaciones desconocidas que me hacían desear cada viernes como mi postre favorito, trabajaba duro toda la semana para gozar de cada fin de semana libre por si surgía algún plan en el que estuvieses implicado. Todo mi afán era conocerte mejor, aunque tú fueras tan hermético y reservado que apenas consiguiera de ti un "soy muy complicado, Pacita".
Me negué a abandonar mi cruzada contra tu caparazón. No era justo que abandonase al que había sido médico, enfermero y mecánico de mi maquinaria vital, mientras estaba tan malherido como lo había estado yo. Así que a pesar de tus reticencias seguí investigando sobre ti, contigo y sin ti, no perdía la oportunidad de interrogar a tus amigos, o sumergirme en la profundidad de tus parcas palabras buscando ese doble sentido que me diera una pista de cómo atacar tu hastío. Todos mis esfuerzos parecían vanos así que cambié de estrategia. A esas alturas ya provocabas en mi tal agitación que, aunque entre güisquis, no podía controlar acelerarme cada vez que te tenía al alcance. Un abrazo y dos besos eran suficientes para hacer flaquear mis piernas pero con cierta maestría conseguía disimular mi debilidad.
Más rápido de lo que esperaba llegó el cierre del local y se esfumaron mis posibilidades de rehacerte o atraerte al lado de los optimistas. Fue un tiempo incierto, muchos de los que nos habíamos reencontrado nos quedamos huérfanos, sin saber donde ir ni que hacer los fines de semana. Entonces tú y yo perdimos el contacto salvo por algunos sms que te hacía llegar cada tanto recordándote que seguías presente en mis plegarias, incluso que extrañaba nuestras miradas furtivas de lado a lado de la barra.
Una extraña noche de verano años después coincidimos por fin. Me vestí con lo más exuberante y sexy que encontré en mi ropero, me deshice de mi carabina y te acompañé a aquel ático del que quedé prendada... Un par de copas de vino, mucha conversación frugal y algún cigarrillo después decidí que no iba a ser simplemente otra noche más mirando a la pared. Te miré fijamente e invadí tu boca con mis labios, había luchado demasiado como para esperar que dieras el primer paso y salté sin mirar... No salió mal, fue una noche fantástica y el sol nos descubrió indiscreto al amanecer, desnudos en tu cama. Todo parecía haberse resuelto de repente, o al menos parecías más dispuesto a darte y darnos una oportunidad.
Enseguida te fuiste de vacaciones y desapareciste por completo, al parecer perdiste o te robaron el teléfono y hubo un absoluto mutismo durante 10 largos meses. Tiempo durante el cual me machacaba casi a diario con esas insustanciales y absurdas ideas que me asaltaban haciéndome creer que no era suficiente para ti, que esa noche no había significado nada, que no había sabido hacerte disfrutar, que no te gustaba...
Entonces, una nueva pasión invadió mi vida por completo, el deporte me devolvió la autoestima cercenada, centrarme en progresar y competir me apartó de todos los pensamientos que me menguaban y ver cómo a base de esfuerzo y dedicación me iba ganando mi hueco en el vestuario me hizo crecer e incluso volar, momentáneamente perdí el contacto con la vida real y me dejé llevar por ese sentimiento de triunfo. Tuve la oportunidad de conocer a gente nueva (mucha gente) y dejarme querer. Pero nada salía bien, en todos te buscaba a ti.
En una ocasión casi me había convencido de haber empezado algo bonito cuando antes de darme tiempo a reaccionar ya me estaba dejando. Se cansó, seguro, porque pensaba demasiado en "el imbécil"... También me costó digerir eso, aún hoy extraño los paseos, las exposiciones, las meriendas...
Una vez más dispuesta a dejar todo atrás y volver a empezar, apareciste como un torbellino poniéndolo todo del revés. Pero ya estaba escaldada, cansada de tus idas y venidas, aunque la culpa era sólo mía por ese afán de construir castillos en el aire, mas eso nunca ha de cambiar, soy soñadora por naturaleza y siempre deformo la realidad a mi conveniencia.
No sin reticencias me dejé cortejar una vez más, cierto es que me mostraba participativa y dispuesta, aunque siempre esperando el momento en el que volvieras a huir, aún espero ese momento y no termino de creer que en apenas cuatro meses te haya visto más que en los cinco años anteriores, y no me quejó; pero temo abandonarme a mis pasiones y a mis sueños porque está siendo demasiado perfecto para creer que durará.
A veces en nuestros encuentros te miro mientras descansas, relajado y con acompasada y profunda respiración y pienso que podría volver a enamorarme de ti, que habrías sido un novio ideal, un marido perfecto y un padre excepcional. En ocasiones me descubres inmersa en mis pensamientos e insistes en que te ilustre sobre la marabunta de ideas que invaden mi psique y sin mucho éxito intento zafarme de tus insistentes interpelaciones porque me asusta sobremanera formular mis pensamientos en voz alta.
Así estoy bien, me conformo. No quiero acostumbrarme a ti, pero te quiero.