viernes, 17 de diciembre de 2010

Mon petit chéri:

Hace alrededor de dos décadas que nos conocemos, sin embargo, hasta hace poco más de un par de años nuestro contacto se reducía prácticamente a cero.
Nuestras historias estaban destinadas a ser totalmente diferentes, nuestros caminos eran absolutamente divergentes; pero cada vez que el azar nos juntaba, surgía, una y otra vez, una chispa de afecto, de añoranza, de inesperado interés. Una débil curiosidad que se esfumaba con el amanecer de un nuevo domingo y los quehaceres de una nueva semana.
Yo había intentado realizar el sueño de todo “freak” de convertirse en estrella del Rock & Roll, aunque sabía que no era más que una vía de escape de la realidad que no tuve el valor, ni la fuerza, de asimilar en su momento. De repente, un día decidí dar marcha atrás, convencida de que ya era hora de crecer y enfrentarse al mundo. Con paso firme y la convicción de que esta vez me había forjado a conciencia, de que el tiempo no sólo había cerrado las heridas, sino que había diseñado una cerrajería impenetrable, me desvinculé de todo una vez más y me proporcioné un nuevo entorno.
Así fue que el devenir del tiempo, las circunstancias y las buenas intenciones se aunaron una vez más propiciando el resurgimiento de unos propósitos latentes que no terminaban de brotar. Y, casualmente, allí estabas tú, casi como si el tiempo se hubiera detenido. Habían pasado años, pero tú y yo seguíamos siendo aquellas mocosas que correteaban en bañador, descaradas, inconscientes, insoportablemente directas y sinceras.
Como la primera vez, no nos costó volver a crear cierta familiaridad, un fuerte y firme lazo forjado en el respeto, la confianza y el afecto. Un afecto que yo no sé definir con palabras, un cariño que me había jurado que no volvería a sentir, pero que tu persistencia y poderío ha hecho surgir, tal vez tímido al principio, pero que cada día se hace más incondicional e irracional, solamente comparable al de un hijo por su madre, un buen hermano, un buen padre.

A veces insistes en oír las palabras que se supone que dan voz a esta emoción, mas a mi me resultan pérfidas, insustanciales y faltas de razón, es fácil pronunciar un “te quiero”, yo prefiero que lo digan tus ojos, tus manos, tus gestos… lo realmente difícil es llevarlo dentro. Claro que te adoro, aunque haya luchado con fiereza contra ello, hace mucho que te deshiciste de aquella cerrajería que había fraguado el tiempo, y aunque haya vuelto a sentir mis viejos miedos, no me arrepiento de entregarte a ti las llaves de todos mis secretos.