Hace
alrededor de dos décadas que nos conocemos, sin embargo, hasta hace poco más de
un par de años nuestro contacto se reducía prácticamente a cero.
Nuestras
historias estaban destinadas a ser totalmente diferentes, nuestros caminos eran
absolutamente divergentes; pero cada vez que el azar nos juntaba, surgía, una y
otra vez, una chispa de afecto, de añoranza, de inesperado interés. Una débil
curiosidad que se esfumaba con el amanecer de un nuevo domingo y los quehaceres
de una nueva semana.
Yo
había intentado realizar el sueño de todo “freak” de convertirse en estrella
del Rock & Roll, aunque sabía que no era más que una vía de escape de la
realidad que no tuve el valor, ni la fuerza, de asimilar en su momento. De
repente, un día decidí dar marcha atrás, convencida de que ya era hora de
crecer y enfrentarse al mundo. Con paso firme y la convicción de que esta vez
me había forjado a conciencia, de que el tiempo no sólo había cerrado las
heridas, sino que había diseñado una cerrajería impenetrable, me desvinculé de
todo una vez más y me proporcioné un nuevo entorno.
Así
fue que el devenir del tiempo, las circunstancias y las buenas intenciones se
aunaron una vez más propiciando el resurgimiento de unos propósitos latentes
que no terminaban de brotar. Y, casualmente, allí estabas tú, casi como si el
tiempo se hubiera detenido. Habían pasado años, pero tú y yo seguíamos siendo
aquellas mocosas que correteaban en bañador, descaradas, inconscientes,
insoportablemente directas y sinceras.
Como
la primera vez, no nos costó volver a crear cierta familiaridad, un fuerte y
firme lazo forjado en el respeto, la confianza y el afecto. Un afecto que yo no
sé definir con palabras, un cariño que me había jurado que no volvería a
sentir, pero que tu persistencia y poderío ha hecho surgir, tal vez tímido al
principio, pero que cada día se hace más incondicional e irracional, solamente
comparable al de un hijo por su madre, un buen hermano, un buen padre.
A
veces insistes en oír las palabras que se supone que dan voz a esta emoción,
mas a mi me resultan pérfidas, insustanciales y faltas de razón, es fácil
pronunciar un “te quiero”, yo prefiero que lo digan tus ojos, tus manos, tus
gestos… lo realmente difícil es llevarlo dentro. Claro que te adoro, aunque
haya luchado con fiereza contra ello, hace mucho que te deshiciste de aquella
cerrajería que había fraguado el tiempo, y aunque haya vuelto a sentir mis
viejos miedos, no me arrepiento de entregarte a ti las llaves de todos mis
secretos.